sábado, enero 13, 2007

Rojo

Al domingo siguiente que iba para no se donde, sin un solo centavo mas que los 4.50 que pagué al microbucero, miraba por la ventana sin sentido alguno, cuando el micro hizo parada en la de hidalgo me di cuenta de que del micro se bajaba alguien que conocía de hacia tiempo atrás, casi por casualidad voltee a verla y la vi bajar; tan solo con su silueta y sus vestidos la reconocí, pensé si algún día cambiaría esas ropas tan vulgares, siempre de negro, con escotes y tirantes, destacando su minifalda con esas botas de punta redonda, ese pelo largo ondulado amarrado en una cebolla mal hecha, siempre con las puntas rojas, y los labios rojos, sus ojos enmarcados con delineador negro, en esa cara blanca y un tanto pálida; y pensé que tal vez eso había hecho que el la viera desde la primera vez, pensé que a esa altura ya no había nada mas que hacer, y mientras veía como se alejaba, pensaba serenamente en su muerte; podía verla morir, tirada en el pavimento, desangrándose, ahogándose en su propia sangre...

3 comentarios:

Anónimo dijo...

la sangre solo lleva a mas sangre, el odio trae mas odio; vive y deja morir.

Anónimo dijo...

A propósito de estas entradas, te mando algo que pensé/elaboré/intenté en honor a cierta niña bonita de la capital de estas tierras que a veces duelen...

Va:

Que ningún delicioso nefasto,
que ningún adorable cínico,
te tome por asalto,
niña de tiempo y de piel tibia.

Sigue saltando esos huecos del alma
que tanto te hieren y te incompletan.

Sigue (re)iniciando el tiempo,
de tu tiempo,
y rasga la puerta del olvido.

Que la llave para tu candado
no sea un intelecto muerto,
ni una prosa ridícula y sumisa,
sino una oración suave y ardiente.

(Todo así, sucio, desordenado, sin métricas, ni sintaxis, ni ortografía, ni nada, solo un sentimiento crudo y tosco que ahí te deposito Ghysell, solamente eso).

JCC

grisel dijo...

Gracias...

Miran los ojos con extraño recelo, varados, finados, cada uno al cielo
Ghysell